PAPITO LLEGA A SANTANDER

Bien, bien, bien, bien, bien, bien


Con septiembre llegó Miguel Bosé e inundó Santander de sinuosos bailes. Más de 6000 personas eligieron escucharle en el Palacio de Deportes un sábado noche. Y disfrutaron.

Seguro de sí mismo avanzó entre el escenario y llegó a las escaleras para bajarlas despacio entre los vítores de la concurrencia. Miguel Bosé lleva 30 años viviendo de la música y se nota.
Poses estudiadas, gestos ambiguos, miradas perdidas de un seductor nato que conoce a sus fans.

Con 52 años a sus espaldas el artista derrochó energía en cada uno de sus temas, acallando rumores de afonía. Pero le faltó espontaneidad y un poco de diálogo para fundirse con un público que estaba entregadísimo. Treintañeros llenaban un Palacio de Deportes acalorado y de mala acústica, a la que tristemente te acostumbras, y chillaban con cada movimiento de este artista con tablas y chulería. “Torero”, decían. Y él, encantado, alimentándose de cada aplauso, de cada mano levantada, de cada grito… Sólo así se explica esa energía que parece no haber minado con el tiempo, a pesar de que su físico ha empeorado.

El fondo de escenario simulaba barandillas, como si desde atrás también le admiraran en un palco de luces que a veces se fundía con videos de sus canciones más conocidas. ‘Nena’ la cantó dos veces, al principio y al final, como símbolo de esa evolución entre versiones, un itinerario que animó a recorrer en compañía, con Santander, a la que quiere dar ‘Bambú’ y que lo estaba pasando bien con esa ‘Morena mía’ parte de su último trabajo. Como una trenza intercalaba los temas más populares con los menos cantados y volvió la vista atrás con un paréntesis ochentero divertido y curioso.

Un bis largo culminó un concierto de poco más de dos horas que tuvo un toque solidario, un guiño para la ONG con la que colabora. Porque Papito no es sólo sexy y mueve las caderas, tiene su lado más humanitario de padre que ayuda a los demás. Demasiado perfecto, casi artificial.